miércoles, 3 de noviembre de 2010

Reseña del libro

Investigar la experiencia educativa.

Contreras, José y Pérez de Lara, Nuria (Comp)

Madrid, Edit. Morata, 2010

Desvelar el sentido de la experiencia

En una época de considerable indigencia epistemológica en el campo de la pedagogía, un libro como el que voy a comentar llega como agua bendita y hay que abrirle las puertas como en Domingo de Ramos. Recibiremos así una obra colectiva, que no acumulativa, donde se muestra la presencia en el campo de mujeres y hombres puestos en relación por una forma de querer vivir la educación, la experiencia de la educación y la investigación de/desde/en esa experiencia. La coordinación depende del profesor José Contreras y la profesora Nuria Pérez de Lara, ambos de la Universitat de Barcelona, y el grupo lo constituyen autoras y autores que vienen desde hace tiempo andando diferentes caminos de la práctica docente, y pensando sobre ello. Nueve capítulos en los que amasan la palabra, además de los compiladores ya citados, Ana Arévalo, Remei Arnaus, Zulma Caballero, Marta Caramés, Jorge Larrosa, Asunción López, Carlos Skliar y Montse Ventura.

Si comentar un libro es, de alguna manera, un imposible, pues no sería más que lo que este lector podrá decir en su particular y puntual recorrido, un libro de las características del presente, hace el comentario posible un poco más complicado. Un concepto nuclear en el conjunto del texto, ya anunciado en el título, es el de la experiencia. Pero, como el lector o lectora saben muy bien, el concepto viene acompañando a los dioses desde hace mucho tiempo; así que podemos preguntarnos. ¿cuál es la novedad de este camino, y qué dioses quedaron en la oficina de objetos perdidos? No me atrevo a hacer síntesis, pero si a apuntar algunos particulares hallazgos de mi exploración. En primer lugar, el descubrimiento de que hay vida más allá de la Academia, e incluso la reivindicación de que es precisamente allá afuera donde está la vida. En segundo lugar, que hemos de pensar la vida desde dentro de la misma, en la vida misma. En tercer lugar, que ése es el punto de partida de lo que podemos llamar investigación, pero -eso creo yo- no el de llegada. Porque el de llegada es el relato, la narración, a veces también los silencios, de lo vivido. Por eso, en cuarto lugar, la investigación -educativa- antes que resolver y normativizar, inspira caminos y alienta nuevas exploraciones para la comprensión y el enriquecimiento de la experiencia de la educación. Y por eso, finalmente, la investigación educativa, antes que cerrar saberes definitivos, alimenta en las educadoras y educadores, la posibilidad de reflexión nutriendo así el propio saber pedagógico con el que sostenemos nuestras prácticas. Prácticas entendidas como relación, de intercambio, de escucha, de encuentro, abiertas a esa nutrición reflexiva nacida de la experiencia y abiertas a la posibilidad de cambio o modificación de sí mismas.

El libro contribuye notablemente a incorporar a los discursos pedagógicos otra mirada sobre la educación como experiencia y sobre la investigación educativa como investigación de la experiencia educativa. Una mirada que va tejiendo el texto con los hilos de una relevante comunidad discursiva en la que, al menos, debo nombrar a Zambrano, Arendt, Gadamer y las aportaciones y los estudios de la diferencia sexual. No se trata de investigar "experiencias" educativas -dicen los compiladores- sino de mirar a la educación en cuanto experiencia, como algo vivido, y a lo que esto supone o significa para quien lo vive. Mirar cómo irrumpe lo imprevisto y cómo es recibido, mirar los juegos de actividad y pasividad -lo que nos transforma y lo que transformamos- en el camino, el modo en que todo esto fragua en nosotros. Me viene a la cabeza el verso de Rilke: no hablo de la ciudad, sino de aquello en lo que a través de ella nos hemos convertido, y creo que es esto: la sedimentación en cada una y cada uno del curso de la experiencia educativa. No se habla de la educación, sino del modo exploratorio en que nos aproximamos a ella para comprender como nos hemos hecho. ¿Y para qué entonces la investigación educativa? No para transformar la experiencia en otra cosa, se dice en el libro, sino para acompañar, desvelar significados, dar qué pensar, sostener, en primera persona, la pregunta sobre el sentido educativo de la experiencia que estudiamos.

Un libro hermoso que se merece, como en el poema de Szymborska, abandonado de los dioses, acabar perdido entre la gente como el paraguas en el tranvía. Pero, por qué no decirlo, está también expuesto a los peligros de todo lo contrario. Por allá afuera vuelan las carreras por la autopista de las palabras, en busca de valor de cambio para el credencialismo académico.

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